Canción para mover las rocas


Un día Quáh-le-ki-raí-deh, el Lagarto Cornudo, trabajaba en el campo. Había muchas rocas grandes a su paso, y para moverlas, cantaba una canción poderosa mientras las empujaba:

Yah éh-ah, héh-ah háy-na,
Yah, éh-ah, heh-ah hay-na,
Wha-naí-ki-ay hi-e-wid-deh
Ah-kwe-í-hi ai-yén-cheh,
Yahb-k'yáy- ah-chú-hi.

Y mientras cantaba y tocaba la piedra más pesada, se levantaba del suelo, pasaba por encima de su cabeza y caía lejos detrás de su espalda.
Mientras trabajaba, Tu-wháy-deh, el Coyote, se presentó. Y viendo lo que el Lagarto hacía, quiso entrometerse, como suele hacer. Y le dijo:
“Amigo Quáh-le-ki-raí-deh, déjame intentar hacerlo”.
“No, amigo”, dijo el Lagarto Cornudo. “Es mejor que cada uno haga lo que sabe hacer, y no tratar de hacer el trabajo de los otros”.
“No te creas”, le contestó el Coyote. “Te demostraré que puedo hacerlo. Es muy sencillo”.
“Muy bien entonces. Pero veo que tienes miedo, y no creo que tenga un buen resultado”.
Tu-wháy-deh se quitó su manta y agarró la roca más pesada que había y cantó la canción. Cuando cantó, la roca se elevó en el aire y pasó por encima de su cabeza. Pero como estaba asustado, agachó la cabeza. Y de inmediato, la roca cayó sobre él y no le quedó ni un hueso sano. El Lagarto Cornudo se rió de él, y dio su grito de guerra, diciéndole:
“Nos hacemos esto el uno al otro”.

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