La Danza de las Cabelleras

Una vez vivieron dos niños en Isleta que eran primos. Un día su abuelo, que era un verdadero creyente de los ritos antiguos, los encontró en un rincón fumando. Muy sorprendido, les dijo:

“Nietos, veo que quieren ser hombres, pero primero deben probar que lo son antes de considerarse como tales. Sabrán que nadie nace con la libertad para fumar, sino que cada uno debe ganarse ese derecho. Ahora vayan y tráiganme Kuí-hla-kú-í, la piel de un roble”.

En el lenguaje de los hombres, Kuí-hla-kú-í significa otra cosa, pero los niños no lo sabían. Sus madres les dieron unas tortillas y partieron a El Bosque, una cumbre de tres mil metros que quedaba a unos treinta kilómetros de Isleta. Cuando llegaron a la montaña, fueron a cada árbol y cortaron un poco de la corteza, ya que no estaban seguros de cuál era el roble. Luego volvieron a su casa y le llevaron las cortezas a su abuelo. Pero cuando éste vio lo que habían traído, exclamó:

“Jovencitos, aún no han probado ser hombres. Deben volver a ir a buscar la corteza del roble”.

Estaban un poco desilusionados, pero tomaron unas tortillas y partieron nuevamente. A la mitad del camino, se toparon con un Lagarto Cornudo, quien los paró y les dijo:

“Jóvenes amigos, sé cuál es su problema. Su tata los ha enviado a buscar la piel del roble, pero ustedes no saben lo que es un roble. Pero yo les ayudaré. Tomen estos”, y les dio dos largos cuchillos-trueno. El Lagarto Cornudo es el creador de Kóh-un-shi-eh, los cuchillos-trueno, ya que las fabrica durante las tormentas y las deposita en el campo allí donde cae un trueno.

“Con estos cuchillos-trueno en mano”, les indicó el Lagarto Cornudo, “vayan al cañón aquel. A penas hayan salido, verán algunos de sus enemigos, los Navajos, en un campamento. En la primera colina desde la que distingan su fuego, deben detenerse. Mientras estén esperando, oirán los aullidos de un Coyote del otro lado del cañón. Entonces, den su grito de guerra y ataquen a sus enemigos”.

Los niños agradecieron al Lagarto Cornudo y siguieron su camino. En ese momento, vieron el fuego del campamento de los Navajos, y esperaron a que el Coyote aullara para lanzar su ataque. No tenían armas, con excepción de los cuchillos trueno. Y con estos, mataron a varios Navajos y otros escaparon corriendo. Estando oscuro y apurados, tomaron la cabellera de una mujer, que jamás fue costumbre entre los Indios Pueblo.

Tomando las cabelleras, se apresuraron a volver a la casa de su abuelo, y viendo que ahora ellos habían traído la verdadera piel del roble, una manera de llamar a la cabellera del enemigo, los condujo orgullosamente ante el Cacique, y el Cacique ordenó la T'u-a-fú-ar, la Danza de las Cabelleras. Luego de los días en que los que tomaron las cabelleras deben permanecer en la estufa, se realizó la danza. Y cuando hicieron la danza circular por la noche, los dos niños estaban uno al lado del otro.

Luego, una joven muchacha extranjera los empujó y comenzó a danzar entre ellos dos. Ella era muy hermosa, y los dos se enamoraron de ella. Pero una vez que sus corazones se entibiaron de amor, vieron que no se trataba de una muchacha sino de un esqueleto, porque aquellos que van a la guerra o toman cabelleras no tienen derecho de pensar en el amor.

Se asustaron mucho, pero continuaron danzando hasta que estuvieron muy cansados, y luego se mezclaron entre los músicos dentro del círculo para escapar. Pero el esqueleto los siguió y se paró junto a ellos, sin posibilidad de esconderse.

Finalmente comenzaron a correr y se dirigieron al este. Durante muchas lunas continuaron corriendo, pero el esqueleto siempre les pisaba los talones. Hasta que finalmente llegaron al Lago Amanecer, donde moraban los Verdaderos de Este.

Los guardias los dejaron entrar y le contaron a los Verdaderos todo lo que había sucedido, mientras el esqueleto seguía parado junto a ellos. Los Verdaderos les dijeron:

“Jóvenes, si son hombres, siéntense y nosotros los protegeremos”.

Pero los niños miraron otra vez al esqueleto y no pudieron detenerse y continuaron corriendo. Durante muchas lunas corrieron en dirección norte hasta que llegaron al Lago Negro de las Lágrimas donde moran los Verdaderos del Norte.

Los Verdaderos del Norte prometieron defenderlos, pero nuevamente el esqueleto se apareció y los espantó y corrieron durante muchas lunas hasta que llegaron a donde moran los Verdaderos de Oeste en T'hur-kím-p'ah-whí-ay, Lago Amarillo Donde Se Pone El Sol. Pero allí les ocurrió lo mismo, y una vez más escaparon, hacia el sur, hasta que hallaron a los Verdaderos del Sur, en P'ah-chír-p'ah-whí-ay, Lago de las Piedras Redondas.

Pero nuevamente les ocurrió lo mismo, y corrieron durante muchas lunas hasta que llegaron donde moran los Verdaderos del Centro, en Isleta. Allí el esqueleto les habló:

“¿Por qué corren de mí de esa forma? Porque cuando estábamos danzando, me miraron con lujuria, pero ahora quieren alejarse”

Pero no supieron qué contestarle, y corrieron a la habitación de los Verdaderos del Centro y le contaron su historia. Entonces los Verdaderos del Centro le dieron el poder a Cum-pa-huit-la-wid-deh, el Guardián de la Puerta de los Dioses, de ver al esqueleto, que nadie más que ellos dos y los Verdaderos podían ver, y le dijeron:

“Dispara a esta persona que persigue a estos dos”.

Y Cum-pa-huit-la-wid-deh disparó una flecha desde la izquierda a la derecha, que es el modo en que se mata a una bruja, la tarea principal de Cum-pa-huit-la-wid-deh, y tomaron su cabellera.

Ese fue el fin del esqueleto, y los dos jóvenes fueron liberados de su persecución. Y luego de que los Verdaderos los aconsejaran, fueron hasta su pueblo y le contaron al Cacique lo que había sucedido. E Hicieron una nueva Danza de las Cabelleras, ya que la primera no había sido completada.

Una vez finalizada la danza, le contaron al pueblo lo que había pasado. Los jefes se reunieron en consejo y decretaron una regla que permanece vigente hasta hoy: que durante los doce días de ayuno y purificación, antes y durante la danza, ningún guerrero tendrá pensamientos sobre el amor.

Fue porque ellos tuvieron pensamientos de amor a la muchacha Navajo, que su esqueleto los atormentó. Y conjuntamente también se dictó otra regla: que nadie deberá fumar hasta que no haya tomado una cabellera que pruebe que es un hombre.

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