En los viejos tiempos, aquí en Shi-eh-whíb-bak, vivía un joven cuyo nombre era T'hur-hlóh-ah,
Por ese entonces siempre había constantes guerras con los Comanches, quienes vivían en las planicies. Muchas veces cruzaban las montañas y atacaban a los Isletas por las noches, matando a muchos. Su jefe era P'i-kú-i-fa-yíd-deh, Cabellera Roja, el hombre más alto, fuerte y valiente de todos. Durante muchos años, todos los guerreros de Isleta habían tratado de matarlo, ya que era el principal jefe guerrero. Pero él mataba a todo el que se le acercase. Él era muy valiente y pintaba su cabellera roja con páh-ri, para que lo reconocieran desde lejos. Y dejaba su cabellera larga y bien trenzada, para que sus enemigos pudieran agarrarla bien.
En la montaña Flecha del Sol se topó con este gran guerrero, y con la ayuda de Anciana Mujer Araña, lo mató y tomó su cabellera. Cuando el pueblo de Isleta vio volver a Flecha del Sol, los jóvenes comenzaron a reírse y decir:
“¡T'hur-hlóh-ah ha ido a pelear una guerra contra los conejos!”
Pero cuando llegó a la plaza, sin decir palabra, y todos vieron esa “corteza de roble” que todos conocían, comenzaron a gritar:
“¡Vengan a ver! ¡Aquí está Flecha del Sol, de quien se rieron, y ahora trae la corteza de Cabellera Roja, quienes los más valientes han tratado en vano de matar!”
Luego de llevar la cabellera ante el Cacique, bailaron en ronda
“¡Muy bien! Ambos se aman. Ahora, que corran la carrera matrimonial”.
Todo el pueblo se reunió allí donde fueron quemadas las cenizas de los malignos que fueron quemados cuando en Niño Antílope ganó su carrera. Y los ancianos marcaron la ruta de casi cinco kilómetros hasta la sagrada colina de arena junto al Kú-mai. Cuando dieron la largada, Flecha del Sol y su esposa salieron corriendo como dos jóvenes antílopes, uno junto al otro. Hasta el Sitio de
“¡Muy bien! ¡I-eh-chah ganó su esposo, y siempre será honrada en su hogar!”
Así cumplieron con los rituales ceremoniales del casamiento, y el Cacique los bendijo. Construyeron una casa junto a la plaza, y se le entregaron unas tierras a Flecha del Sol para que cultivara.
Pero entre las muchachas había una que no perdonaba a Flecha del Sol por no escogerla, y por dentro planeaba vengarse de él. Así que fue en busca de una Mujer Araña y le pidió:
“¡Abuela, ayúdame! Este hombre me ha despreciado, y ahora lo pagará”.
“Muy bien, hija, yo te ayudaré. Llévate este Sapo, y entiérralo en el piso de tu casa, de esta manera, y luego invita a T'hur-hlóh-ah a tu casa”
La muchacha hizo el agujero en su casa y enterró a P'ah-fu-i-deh, el Sapo. Luego se dirigió hasta Flecha del Sol y le dijo:
“Amigo T'hur-hlóh-ah, ven a mi casa un segundo que tengo algo para decirte”.
Pero cuando Flecha del Sol se sentó en su casa con los pies cerca del hoyo en el piso, el sapo repentinamente creció y creció y se comenzó a tragarlo. Flecha del Sol pateó y luchó, pero no pudo hacer nada, y en un segundo ya tenía las rodillas dentro de su boca. Llamó a los gritos a su esposa, y todo el pueblo Tiwa llegó corriendo con ella. Cuando lo vieron en esa situación, entristecieron. I-eh-chah lo tomó de una mano y su abuela de la otra, y todos trataron de ayudarlo. Pero unidos no podían con la fuerza del Gran Sapo. Siguió tragándolo hasta que solo le quedaba medio cuerpo afuera. Entonces Flecha del Sol dijo:
“Vete, esposa. Váyanse todos, porque es en vano. Váyanse de aquí, porque no me verán más. Y recen a los Verdaderos para que me ayuden”.
Todos salieron, lamentándose enormemente.
En ese momento apareció Shi-íd-deh, el Ratón de
“¡Oh, amigo Flecha del Sol! Tú has sido como un padre para todos nosotros. Tú nos has alimentado y has demostrado ser valiente. No mereces que te suceda esto. Y nosotros, por quienes te has preocupado, ¡te ayudaremos!”
Entonces Shi-íd-deh salió de la casa y buscó al Perro, y le contó lo que sucedía. Y Kui-ah-níd-deh, quien poseía una gran voz, salió a las planicies, llamando a todos los animales, quienes llegaron corriendo desde todas direcciones. Muy pronto los pájaros y los cuatro patas se reunieron en consejo en el cuarto donde estaba Flecha del Sol. El León Montañés era el jefe, y cuando los hubo escuchado a todos, dijo:
“Ahora, cada tribu que elija al más joven y fuerte para ayudar a aquel que nos ha alimentado, porque no podemos dejarlo que muera”.
Una vez que cada especie de los que caminan o vuelan eligió al más fuerte, Kim-i-deh los fue llamando por sus nombres para que intentaran ayudarlo por turnos.
“¡Ku-ah-raí-deh!”, llamó al Azulejo de las montañas, quien se acercó a Flecha del Sol, a quien el gran Sapo ya había tragado hasta las axilas.
Flecha del Sol tomó su cola con las dos manos y voló con todas sus fuerzas, sin importarle el dolor que le causaba, hasta que su cola se desprendió. Pero Flecha del Sol no se movió ni un pelo.
Luego fue el turno del jefe Ku-íd-deh, el Oso. Le dio su cola a Flecha del Sol para que la tomase, y contó hasta tres y tiró con todas sus fuerzas hasta que su cola se desprendió, pero Flecha del Sol siguió sin salir de la boca del gran Sapo.
Luego fue el turno del Coyote.
“Mis orejas son más fuertes”, dijo, aunque lo hizo de cobarde, por miedo a perder su bella cola, de la cual estaba orgulloso.
Le dio sus orejas a Flecha del Sol para que las tomara y comenzó a tirar hacia atrás. Pero pronto cedió por el dolor y se detuvo cuando sus orejas se estiraron.
“Ahora es tu turno, Kahr-naí-deh”, dijo el León Montañés.
Y el Tejón se acercó a probar. Primero cavó alrededor de Flecha del Sol y luego le dio su cola para que la tomara. Contó hasta tres y tiró con todas sus fuerzas, hasta que su cola se desprendió, y Flecha del Sol se movió un poco. Pero el Tejón no temía al dolor, y dijo:
“Déjenme probar de nuevo, Kah-Báy-deh, jefe”.
“¡Muy bien!”, dijo el León Montañés, “que así sea”.
Entonces el Tejón cavó otra vez y le dio lo que le quedaba de su cola a Flecha del Sol. Esta vez consiguió moverlo otro poco. Pero el pedacito de cola se le escapó de las manos, porque había quedado muy corta.
“Agárrate de mí”, dijo el Tejón, cuando cavó por tercera vez.
Flecha del Sol tomó su cuerpo por detrás de sus patas traseras. Y por tercera vez Kahr-naí-deh tiró con tanta fuerza que esta vez arrastró a Flecha del Sol fuera de la boca del Sapo. En ese momento, todos los animales se lanzaron sobre el Sapo malvado y lo mataron. Y Agradecieron a los Superiores por la liberación de su amigo.
Luego de la oración, Flecha del Sol agradeció a los animales, uno por uno, y al Azulejo, al Oso y al Tejón les dijo:
“Amigos, ¿cómo puedo agradecerles lo que han sufrido por mí? ¿Cómo puedo retribuirles su ayuda, y por sus colas que perdieron?”
Pero al Coyote no le dedicó ni una sola palabra. Luego habló el Tejón:
“Amigo T'hur-hlóh-ah, en cuanto a mi, siempre me has ayudado. Me has alimentado, y has sido como un padre. No necesito pagarte por la cola que he perdido”.
Y el Oso y el Azulejo contestaron lo mismo.
Flecha del Sol les agradeció enormemente, y cada uno se marchó a sus hogares. Flecha Larga se dirigió a la casa medicinal en donde los Tigua bailaban e invocaban la ayuda de los Verdaderos para salvarlo, y al verlo entrar, su esposa corrió a abrazarlo y todo el pueblo agradeció a los Verdaderos.
Flecha del Sol les contó lo sucedido. El jefe hombre medicina miró dentro del cántaro mágico y vio a la muchacha vengativa pagarle a
Luego de un tiempo, su suegro, el Cacique, murió. Y Flecha del Sol fue nombrado Cacique de la tribu. Y lo fue durante muchos años, auspiciando bienestar entre su pueblo con su gran sabiduría.
En cuanto al Oso, al Tejón y al Azulejo, nunca fueron con los hombres medicina de sus tribus para que hicieran crecer nuevamente sus colas, ya que era prueba de la valentía que habían tenido para con Flecha del Sol. Y hasta el día de hoy tienen colas cortas y son honrados por todos los animales y por los Verdaderos Creyentes. Pero Tu-wháy-deh, el cobarde Coyote que no quiso lastimarse, es el hazmerreír de los animales porque no puede echar sus orejas para atrás como el resto de las bestias, sino que siempre permanecen paradas.
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