El lago maldito

Tiempo atrás, aún existía una aldea al este de Shu-paht-hú-eh, las montañas Pluma de Águila, o montañas Manzano, en la cual vivía un reconocido cazador. Un día que salió de cacería a las planicies del este, se topó con una manada de antílopes y los siguió. Consiguió herir a uno con su flecha, y el antílope corrió hacia el este mientras que la manada se dirigió al sur. El cazador siguió el rastro de la sangre del antílope herido, hasta que finalmente llegó a un lago inmenso donde se perdía el sendero de sangre. Mientras permanecía sentado en la orilla pensando qué hacer, un pez sacó su cabeza fuera del agua y le dijo:

“¡Amigo cazador, estás en un terreno muy peligroso!”, y se alejó nadando.

Antes que el cazador pudiera reponerse de su sorpresa, un Hombre del Lago emergió de las aguas y se dirigió a él:

“¿Cómo es que has venido hasta aquí, donde ningún hombre jamás ha llegado?”

El Cazador le contó lo que le había sucedido y el Hombre del Lago lo invitó a que entrara. Una vez dentro del lago, llegaron a una casa con entradas en el este, el norte, el oeste y el sur, y una puerta en el techo con una escalera. A través de esta puerta entró. Conversando, el Cazador le contó al Hombre del Lago que tenía una esposa y un hijo, allí donde vivía.

“Si es así”, le dijo, “¿por qué no vienes a vivir conmigo? Aquí estoy solo, y tengo mucha comida, pero no soy un cazador. Aquí podríamos vivir muy bien”.

Y abriendo las cuatro puertas de esa habitación, le mostró al Cazador otros cuatro grandes cuartos, apilados del suelo al techo con maíz, trigo, calabaza y otras cosas.

“Tu ofrecimiento es muy interesante”, dijo el Cazador muy sorprendido. “Volveré dentro de cuatro días, y si mi Cacique me lo permite, vendré a vivir aquí con mi familia”.

Y el Cazador se marchó, matando a un antílope en el camino, y al llegar a su casa, le contó a su esposa la propuesta. Estuvo de acuerdo, y le fueron a pedir permiso al Cacique. Al principio el Cacique se opuso, ya que él era el mejor cazador de todo el pueblo, pero finalmente le dio su consentimiento y su bendición.

Así que cuatro días más tarde, el Cazador junto a su esposa y su hijo partieron al lago llevando sus pertenencias. El Hombre del Lago los recibió cordialmente y le entregó la casa y lo que contenía al cuidado de la mujer.

Durante un tiempo vivieron felices. El Cazador salía a diario y volvía con grandes cantidades de carne. Pero el Hombre del Lago, que era un hombre malvado, quiso mostrarle algo al Cazador en el cuarto este, y empujándolo adentro, lo encerró. Allí dentro se encontró con una pila de huesos de hombres que habían sido apresados de la misma manera.

El niño ya era suficientemente grande para usar su arco y flecha, y traía a la casa muchos conejos. El malvado Hombre del Lago comenzó a tramar un plan para atraparlo a él también.

Una mañana, cuando el niño iba a salir de cacería, oyó a su madre gemir como si estuviera agonizando, y el Hombre del Lago le dijo:

“Niño, tu madre sufre un terrible dolor, y lo único que la curará es un poco de hielo del T'hur-p'ah-whí-ai, el Lago del Sol, el agua donde el Sol nace”.

“Entonces”, dijo el niño de inmediato, “si es así, tendré que ser valiente e ir a buscar un poco de hielo para mi doliente madre”.

Y así marchó hacia el desconocido este.

Adentrándose bien lejos en las interminables planicies marrones, corrió con coraje, hasta que arribó a la casa de Shi-chú-hli-oh, Anciana Topo, y la halló sola, ya que su esposo había salido a cazar. Eran terriblemente pobres, y la casa se estaba viniendo abajo, y la pobre y arrugada Anciana Topo estaba acurrucada en un rincón junto al fogón, intentando calentarse con brasas a punto de apagarse. Pero cuando el niño tocó a su puerta, lo recibió amablemente y le dio lo único que tenían para comer en la casa, un pequeño tazón de sopa de pájaro. El niño estaba famélico, y tomando al pájaro, le dio una gran mordida.

“¡Oh, mi niño!”, comenzó a llorar la anciana. “Me has arruinado, porque mi esposo había atrapado ese pájaro hace muchos años, pero nunca pudo conseguir otro, y es lo único que hemos tenido para comer desde entonces. Nunca lo comimos, sino que lo cocinamos una y otra vez y bebemos la sopa que sale de él. Ahora ni eso nos queda”, y lloró amargamente.

“No, abuela, no te preocupes”, le dijo el niño. “¿Tienes algunos pelos largos?”

“No, mi niño”, dijo tristemente la anciana. “No hay otro animal viviente por aquí. Tú eres el primer humano que viene hasta este lugar”.

Pero el niño había visto algunos pájaros volando, y tomó algunos de sus cabellos largos y fabricó una trampa, y muy pronto cazó algunos. La Anciana Topo estaba rebosando de alegría. Y cuando el muchacho le contó su misión, la anciana le dijo:

“Hijo mío, no temas, porque yo te ayudaré. Cuando llegues a la morada de los Verdaderos, ellos te tentarán para sentarte en uno de sus asientos. Pero tú debes sentarte en tu manta y tus mocasines. Luego te probarán haciéndote fumar la hierba, pero yo te ayudaré”.

Ella le dio su bendición y el niño continuó su viaje hacia el este. Finalmente, luego de mucho caminar, llegó cerca del Lago del Sol y los Whit-lah-wíd-deh, los Guardianes de la Casa Medicinal de los Verdaderos lo vieron y fueron a informar de su llegada.

“Déjenlo pasar”, dijeron los Verdaderos.

Y los Whit-lah-wíd-deh hicieron pasar al niño a través de las ocho habitaciones, hasta que estuvo en presencia de todos los dioses. En una amplia habitación se encontraban los dioses blancos del Este, los dioses azules del Norte, los dioses amarillos del Oeste, los dioses rojos del Sur, y los dioses del color del arcoiris Superiores, Inferiores y del Centro, todos con forma humana. Más allá de sus asientos se hallaban todos los animales sagrados, el búfalo, el oso, el águila, el tejón, el león montañés, la serpiente cascabel, y todos los que poseen una medicina poderosa.

Cuando los Verdaderos le pidieron al niño que se siente, le ofrecieron una manta blanca, pero él la rechazó respetuosamente, alegando que le habían enseñado que, ante la presencia de sus mayores, debía sentarse en lo que él traía. Y se sentó en su manta y sus mocasines. Cuando él les hubo contado el motivo de su viaje, los Verdaderos le dieron a fumar la hierba sagrada, un junco hueco cargado con pi-en-hleh. Fumo y retuvo el humo valientemente, una prueba de resistencia, ya que dejar escapar el humo por la boca o la nariz es considerado una desgracia. En ese momento, Anciana Topo, que lo había seguido todo ese tiempo bajo la tierra, cavó un hoyo justo debajo de sus pies, y el humo se escabulló por el hoyo a través de sus pies hasta desembocar en la casa de Anciana Topo, donde salió como una gran nube. Ni una pizca del humo entró al cuarto de los Verdaderos. Fumó por segunda vez sin toser, cumpliendo así con la iniciación en la orden medicinal. Los Verdaderos sentenciaron:

“Sí, él es uno de nuestros hijos. Pero lo probaremos una vez más”.

Y lo colocaron en habitación del este con un oso y un león. Y los animales salvajes se acercaron y respiraron muy cerca de él pero no le hicieron daño. Luego lo colocaron en la habitación del norte con un águila y un halcón, luego, en la habitación del oeste, con serpientes; y finalmente en la habitación del sur, con los Apaches y otros enemigos de su pueblo. Y de cada habitación, el niño salió ileso.

“¡Sin duda este es uno de nuestros hijos! Pero lo probaremos una vez más”.

Había una gran pila de troncos apilados, el espacio entre los troncos relleno de nudos de pino. Los Whit-lah-wíd-deh colocaron al niño encima de la pila y luego lo prendieron fuego. Pero a la mañana siguiente, cuando los guardianes salieron a ver al niño, lo hallaron ileso y riendo:

“Díganle a los Verdaderos que tengo frío y que me gustaría un poco más de fuego”.

Cuando lo llevaron nuevamente ante los Verdaderos, le dijeron:

“Hijo, has probado ser un Verdadero Creyente, y por eso te concederemos lo que has venido a buscar”.

Y tan pronto como le entregaron el sagrado hielo, emprendió su vuelta a casa, deteniéndose únicamente en la casa de la Anciana Topo para agradecerle, a quien debía su éxito.

Cuando el malvado Hombre del Lago vio llegar al niño se puso furioso, ya que no esperaba a que retornase de tan peligrosa misión. Pero siguió engañando a la madre y al niño, y unos días más tarde, preparó una excusa similar para mandarlo ante los dioses del Sur para buscar más hielo para su madre.

El niño volvió a partir a su cometido, tan envalentonado como la vez anterior. Cuando ya había recorrido un gran camino hacia el sur, llegó a un lago que se estaba secando, y agonizando en el lodo, halló un pez.

“Ah-bú, pobrecito pez”, exclamó el niño, y recogiéndolo, lo colocó dentro de su cantimplora de calabaza. Luego de viajar un poco más, llegó otro lago, y cuando se sentó a comer, el pez dentro de la calabaza le dijo:

“Niño amigo, déjame nadar mientras tú comes, ya que yo adoro el agua”.

Soltó al pez en el lago, y cuando estaba listo para seguir, el pez volvió hasta él y lo guardó en la calabaza. En tres lagos dejó al pez que nadara mientras él comía, y cada vez el pez volvía con él. Pero luego del tercer lago, tuvo que cruzar un gran bosque que se extendía todo a lo ancho del mundo, y era tan denso, lleno de arbustos y espinas que ningún hombre podía atravesarlo. Pero mientras el muchacho pensaba qué podía hacer, el pequeño pez se transformó en un gran pez con una piel dura y resistente, y pidiéndole al niño que montara en su espalda, avanzaron surcando el bosque, derribando grandes árboles como rastrojos, conduciéndolo del otro lado del bosque sin siquiera lastimarse.

“Niño amigo”, le dijo el gran pez, “tú me has salvado la vida, y por eso yo te ayudaré. Cuando llegues a la morada de los Verdaderos, te probarán como lo hicieron en el Este. Y cuando hayas pasado las pruebas, el Cacique traerá a sus tres hijas, de las cuales tomarás a una como esposa. Las dos mayores son muy hermosas, y la más joven, no tanto, pero debes escogerla, porque la belleza exterior no siempre conlleva la belleza interior”.

El niño agradeció a su pez amigo y continuó hasta que arribó a la morada de los Verdaderos del Sur. Lo probaron fumando la hierba y con el fuego, al igual que los Verdaderos del Este, y él probó ser un hombre y le concedieron el hielo que había ido a buscar. Luego, el Cacique trajo a sus tres hijas y le dijo:

“Hijo, eres suficientemente adulto para tomar una esposa”, y verdaderamente lo era, ya que estos viajes le habían llevado varios años, “y veo que eres un hombre de verdad que haría cualquier cosa por salvar a tu madre. Escoge, entonces, una de mis hijas”.

El muchacho miró a las tres mujeres, y las dos mayores eran realmente muy hermosas. Pero recordó el consejo de su amigo pez, y dijo:

“Que la menor sea mi esposa”.

El Cacique estuvo contento con su elección, porque esta era la hija que más apreciaba. Y el muchacho y la hija del Cacique se casaron, y muy pronto emprendieron la vuelta, llevando consigo el hielo y muchos otros regalos.

Cuando llegaron al gran bosque, allí estaba el gran pez esperando por ellos, y llevándolos a los dos en su espalda, los condujo hasta el otro lado a salvo. Y al llegar al primer lago, se despidieron de él y continuaron su viaje solos.

Finalmente vieron a lo lejos el gran lago, y encima de él grandes nubes, con muchos relámpagos cayendo sobre él. Cuando aún estaban lejos, pudieron ver al malvado Hombre del Lago sentado en la cima de su escalera, esperando ver a niño llegar. Y mientras lo miraban, vieron uno de los rayos de los Verdaderos caer sobre él y hacerlo trizas.

Cuando arribaron a la casa, se encontraron a la madre, quien había llorado por su hijo como si estuviera muerto. Y tomando a su madre y a su esposa, pero nada que pertenecía al Hombre del Lago, ya que sus pertenencias estaban embrujadas, el muchacho se acercó a la orilla. Allí se paró y pidió a los Verdaderos que el lago permanezca maldito por siempre. Y sus plegarias fueron oídas, ya que a partir de ese día, el agua del lago se tornó salada y ningún ser vivo ha bebido de aquel agua.

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