Los Héroes Gemelos

Mo-Sahv y U-ya-wi son los nombres Querès para los héroes gemelos. Su padre era el Sol. Y su madre, quien murió al parirlos, yacía muerta sobre las cálidas planicies. Los dos niños maravillosos, al minuto de ser paridos, ya eran fuertes y grandes y comenzaban a jugar.

Hacia el sur, en un acantilado había un nido de cuervos blancos, que al ver a los niños le preguntaron a su madre:

“Nana, ¿qué son esos que están allí? ¿Son dos bebés?”

“Sí”, les contestó la Mamá Cuervo luego de echar un vistazo. “Esperen y los traeré”.

Y llevó a salvo a los niños y a su madre muerta hasta el nido, y frotando una hierba mágica en el cuerpo de la madre, le devolvió la vida.

Para ese momento Mo-Sahv y U-ya-wi tenían el tamaño de niños grandes, y volvieron a su casa con su madre.

Llegaron al borde del valle y desde allí podían mirar esa piedra maravillosa donde se emplaza Acoma. La madre les dijo:

“Vayan a aquel pueblo, hijos míos, porque ese es Ah-ko, donde viven su abuelo y su abuela, mis padres. Vayan y yo esperaré aquí. Diríjanse al extremo oeste del pueblo y párense en el lado sur de la zona del consejo y esperen a que alguien les hable. Pídanle que los lleve ante el Cacique, que es su abuelo. Identificarán su casa por la escalera, que tiene tres verticales en lugar de dos. Cuando entren y cuenten su historia, les hará una pregunta para ver si son realmente sus nietos, y les dará cuatro posibilidades para adivinar qué hay en el bolso que está en el rincón. Nunca nadie ha adivinado qué hay, y se trata de pájaros”.

Los gemelos hicieron como su madre les indicó. Llegaron a Acoma y encontraron la casa del viejo Cacique. Luego de contar su historia, él les preguntó:

“Muy bien, ahora una pequeña prueba. ¿Qué hay en el bolso aquel?”

“Una serpiente cascabel”, dijeron los dos.

“No”, contestó el Cacique. “No es una serpiente cascabel, intenten de nuevo”.

“Pájaros”, dijeron.

“Sí, son pájaros. Ahora sé que ustedes son verdaderamente mis nietos, porque nadie más podría haberlo sabido”.

Y muy alegremente les dio la bienvenida, y los envió a buscar su madre con vestidos nuevos y joyas.

Cuando ella estaba por llegar, los gemelos se adelantaron a ella y fueron hasta su casa a decirles a su padre, su madre y su hermana que salieran de la casa hasta que ella entrase. Pero sin saber qué es lo que pasaría, no querían salir. Cuando ella subió por la escalera hasta el techo y comenzó a bajar por la puerta hacia la habitación, su hermana dio un grito de alegría al verla, y su emoción fue tan grande que se cayó de la escalera y se rompió el cuello, y ya no hubo manera de revivirla.

Mo-Sahv y U-ya-wi crecieron entre increíbles aventuras y conquistas. Teniendo aún muy corta edad realizaron todo tipo de cosas maravillosas debido a su crecimiento milagrosamente acelerado. Y para la edad en la que los niños aún rondan por la casa, los héroes gemelos ya se habían convertido en reconocidos guerreros y cazadores. Les gustaba mucho las historias de aventuras, como los niños de su edad, y luego de la muerte de su madre, mantenían a su abuela ocupada contándoles historias de las más extrañas. Ella tenía muchas anécdotas sobre un ogro gigante que vivía en el oscuro cañón al sur de las montañas, y tantas historias oyeron Mo-Sahv y U-ya-wi acerca de este maravilloso personaje, quien era el terror de aquellas tierras, que su ambición infantil fue estimulada.

Un día que su abuela estaba ocupada, se llevaron de su casa unos arcos y flechas y caminaron muchos kilómetros hasta que llegaron a un gran bosque al pie de la montaña. Allí estaba sentada la Mujer Gigante, calentándose al sol, con una gran canasta a su lado. Era tan grande y de aspecto tan temible que a los muchachos se le paró el corazón, y corrieron a esconderse, pero justo en ese momento ella los vio y los llamó:

“Vengan, niños, entren a mi canasta y los llevaré a mi casa”.

“De acuerdo”, dijo Mo-Sahv con valentía, escondiendo sus temores. “Si nos llevas a través de este gran bosque, al que queremos ver, iremos contigo”.

Así la Mujer Gigante se los prometió, y los niños treparon a su canasta. La cargó sobre su espalda y partieron. Mientras atravesaban el bosque, los niños tomaron trozos de brea de los altos pinos y se lo frotaron en su cabeza y espalda tan suavemente que ella no lo notó. En un momento ella se detuvo a descansar, y los niños sigilosamente colocaron un montón de piedras grandes en la canasta, prendieron fuego sus cabellos llenos de brea y corrieron a trepar a la cima de un pino alto.

Luego, la Mujer Gigante se paró y retomó la marcha hacia su hogar, pero un momento después su cabeza y su manta estaban en llamas. Soltó la canasta y pegó un aullido que sacudió la tierra, y comenzó a echarse arena a su gran cabeza hasta que finalmente pudo sofocar las llamas. Pero sus cabellos estaban todos chamuscados. Estaba muy enojada. Y más furiosa se puso cuando abrió la canasta y se encontró con un montón de piedras. Volvió sobre sus pasos hasta que encontró a los niños escondidos en el pino, y les dijo:

“Baje, niños, entren en mi canasta que los llevaré a mi casa. Ya casi llegamos”.

Los niños, sabiendo que ella fácilmente podría derribar el árbol si se negaban a bajar, descendieron. Se metieron en la canasta y al poco tiempo llegaron a su casa en la montaña. Los depositó en el suelo y les dijo:

“Niños, vayan a buscarme mucha leña, que voy a encender el horno para cocinarles unas ricas tortas”.

Los niños juntaron una gran pila de madera y la Mujer Gigante encendió un gran fuego en el horno de adobe fuera de la casa. Luego los tomó entre sus manos y los lavó cuidadosamente, y agarrándolos del cuello, los metió en el horno encendido y selló la puerta con una gran piedra plana, dejándolos para que se cocinasen.

Pero los Verdaderos eran amigos de los Héroes Gemelos, y no permitió que el calor les hiciera daño. Cuando la vieja Mujer Gigante entró a la casa, Mo-Sahv y U-ya-wi rompieron la pequeña piedra que tapaba el agujero de la chimenea y salieron de su prisión de fuego sin quemarse. Buscaron alrededor serpientes y sapos y algo de barro y los pusieron en el horno a través del agujero de la chimenea. Y cuando la Mujer Gigante estaba de espaldas, se metieron en la casa y se escondieron en una enorme olla en un estante.

Muy temprano en la mañana, el bebé de la Mujer Gigante comenzó a llorar pidiendo algo para comer.

“Espera a que termine de cocinarse”, dijo la madre, y entretuvo al niño hasta que el sol estuvo bien alto.

Luego salió, destapó el horno y tomó lo que los niños habían colocado en su lugar.

“Se han cocinado tanto que no ha quedado casi nada de ellos”, se dijo, y ella y el Bebé Gigante se sentaron a comer.

“Esto sabe muy bien”, dijo el bebé.

Y Mo-Sahv no se pudo contener y dijo:

“¡Cómo les puede gustar esa porquería!”

“¿Eh, qué fue eso?”, gritó la Mujer Gigante.

Miró alrededor hasta que encontró a los niños escondidos en la olla. Les pidió que salieran de allí y les dio un poco de torta, y luego los mandó a que buscasen más leña.

Estaba anocheciendo cuando volvieron con una gran pila de leña. Se habían demorado porque Mo-Sahv había buscado la leña más verde. También había recogido de la montaña una larga y afilada astilla de cuarzo, que servía de cuchillo-trueno. La noche estaba fría y encendieron un gran fuego en la hoguera. Inmediatamente, como los niños lo habían planeado, la leña verde comenzó a humear terriblemente, y muy pronto la habitación estuvo tan llena de humo que comenzaron a toser y a asfixiarse. La Mujer Gigante se paró, abrió la ventana y sacó la cabeza para tomar una bocanada de aire fresco. Y Mo-Sahv, sacando del fuego la caliente astilla blanca de cuarzo, la clavó en su espalda y ella murió. Luego mató al Bebé Gigante, y finalmente se sintieron a salvo.

La casa de la Mujer Gigante era enorme, llegaba hasta el corazón mismo de la montaña. Habiéndose librado de sus enemigos, los Héroes Gemelos decidieron explorar la casa. Llevando sus arcos y flechas, descendieron resueltamente a inspeccionar los oscuros y profundos cuartos de la casa. Luego de mucho viajar en la oscuridad, llegaron a una habitación en que crecían el maíz, melones y calabazas en abundancia. Siguieron avanzando hasta que oyeron el rugido de un trueno a la distancia. Siguiendo el sonido, llegaron a una habitación en la roca sólida en donde el relámpago estaba guardado. Entraron y tomaron el relámpago, y se pusieron a jugar con él durante un rato. Se lo arrojaba el uno al otro, hasta que finalmente decidieron volver a su casa, llevando consigo el extraño juguete.

Cuando llegaron a Acoma y le contaron a su abuela sus maravillosas aventuras, ella levantó en alto sus arrugadas manos en señal de asombro. Casi se muere de miedo cuando empezaron a jugar con el relámpago, arrojándolo dentro de la casa como si fuera una pelota inofensiva, mientras el trueno rugía haciendo temblar la gran roca sobre la que se emplazaba Acoma. Tenían en relámpago azul que pertenecía al Oeste, el relámpago amarillo del norte, el relámpago rojo del Este y el relámpago blanco del Sur; con todos ellos jugaban alegremente.

Pero no pasó mucho tiempo hasta que Shi-wo-nah, el Rey Tormenta, tuvo la necesidad de usar el relámpago, y cuando miró la habitación donde solía guardarlo y vio que no estaba, su ilimitada ira se desató. Salió en busca de los ladrones, y al pasar por Acoma, oyó el trueno mientras los Héroes Gemelos jugaban con el relámpago como si fuera una pelota. Golpeó a su puerta y los intimó a devolvérselo, pero los niños se negaron. Entonces desató una tormenta, y afuera comenzó a llover y soplar un viento feroz. Adentro, los niños hacían sonar el trueno desafiantemente, a pesar de las súplicas de su abuela de devolvérselo al Rey Tormenta.

Continuó lloviendo violentamente, y la lluvia comenzó a entrar por la chimenea hasta que la habitación estuvo a punto de llenarse de agua, corriendo peligro de ahogarse. Pero por suerte, los Verdaderos aún se acordaban de ellos, y un momento antes de perecer, enviaron a su siervo, Ti-oh-pi, el Tejón, el mejor cavador, para hacer un agujero en el suelo. El agua drenó y los niños se salvaron. Así los Héroes Gemelos vencieron al Rey Tormenta.

Al sur de Acoma, en el cañón y las mesetas cubiertas de pinos, vivían una enorme cantidad de Osos. Había una Osa en particular, tan grande y feroz que todos los hombres temían. Y ni siquiera el cazador más valiente se atrevía a ir al sur, donde vivía la Osa con sus dos hijos.

Mo-Sahv y U-ya-wi ya eran cazadores reconocidos y siempre deseaban ir al sur. Pero su abuela siempre se los prohibía. No obstante, un día se escabulleron de la casa y se dirigieron al cañón. Finalmente llegaron a la casa de la Osa, y allí encontraron a la vieja Kui-ah durmiendo en la puerta. Mo-Sahv caminó muy sigilosamente hasta ella y le colocó en su cara una gran cantidad de chile y se echó a correr. De repente, la Osa comenzó a estornudar, “¡a-chú, a-chú!”. No pudo detenerse y siguió haciendo “¡a-chú!” indefinidamente hasta que murió.

Luego, los Gemelos tomaron sus cuchillos-trueno y le sacaron la piel. Llenaron la piel con pasto, de manera que parezca que estuviera viva, y ataron una cuerda de piel alrededor de su cuello.

“¡Le jugaremos una broma a nuestra abuela!”, dijo Mo-Sahv.

Llevándola de la cuerda, corrieron a Acoma, la Osa detrás de ellos como si estuviera saltando. Su abuela había ido por agua, y desde la cima del acantilado los vio corriendo a través del valle, la Osa saltando detrás de ellos. Ella corrió a su casa y pintó un costado de su cara de negro con carbón, y el otro costado de rojo con la sangre de un animal, en señal de duelo, y llevando una bolsa de cenizas, bajó del acantilado y corrió hacia la Osa para hacer que dejara de perseguirlos a ellos y comenzara a perseguirla a ella. Pero cuando vio que era solo una broma, reprendió a los niños por su locura, pero en el fondo estaba orgullosa de ellos.

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