El Doctor Ratón de Campo

En el Primer Día, los hombres atravesaron la corteza terrestre y emergieron de su oscura prisión en el Mundo Subterráneo, cruzaron el Shi-p'ah-pun, el gran Lago Negro de las Lágrimas, y llegaron a una de sus orillas. Luego de eso, los animales fueron creados, y después el Coyote fue enviado por los Verdaderos a llevar una bolsa de piel hacia el sur, la que no podía abrir hasta que llegara hasta en Pico de las Nubes Blancas. Durante muchos días corrió hacia el sur, con la bolsa a sus espaldas. Pero no había nada para comer, y tenía mucha hambre. Y el Coyote pensó:

“Tal vez haya algo para comer en la bolsa”.

Bajó la bolsa de su espalda, deshizo el nudo y miró hacia dentro. Pero allí no había nada más que las estrellas. Y al momento de abrirla, las estrellas volaron hacia el cielo, donde aún permanecen hoy.

Cuando los Verdaderos vieron que Tu-wháy-deh los había desobedecido, se enojaron y decidieron que su castigo sería vagar por siempre por todos lados, aullando por un dolor de muelas al que no hallaría aliciente.

Y Tu-wháy-deh anduvo con su dolor de muelas vagando por todo el mundo, gimiendo y llorando. Solo cuando los demás cuatro patas dormían, él podía sentarse a aullar. Porque él había hablado con los demás animales, y al no poderlo curar, se habían contagiado del dolor de muelas; por eso es que a veces lloran. Pero nadie sufre por ese dolor tanto como el Coyote, quien no haya descanso.

En ese tiempo no había hombres medicina en el mundo, ni hombres ni animales, y no existían las curas.

Sucedió que un día T’hu-chi-deh, el más pequeño de los Ratones, que vive en pequeños montículos entre los arbustos de chaparral, mientras hacía su recorrido subterráneo, se topó con una raíz de dulce aroma. T’hu-chi-deh era muy sabio, y tomó la raíz y la puso junto a las otras que llevaba en su bolso de piel debajo de su brazo izquierdo.

Unos días más tarde, Ki-u-í-deh, el Perro de las Praderas, fue hasta él con un fuerte dolor de muelas, y le dijo:
“Amigos Ratón de Campo, ¿puedes calmar mi dolor? He oído decir que eres muy sabio con las hierbas”.

“No lo sé”, le respondió T’hu-chi-deh. “Pero lo intentaré con una nueva raíz que he encontrado. Tal vez te cure”.

Mezcló esta raíz con otras, macerándolas, y la colocó sobre la mejilla de Ki-u-í-deh, y en poco tiempo, su dolor desapareció.

En ese tiempo ocurría que tantos animales sufrían de dolor de muelas que el León Montañés, Jefe de las Bestias, convocó a un consejo para discutir qué se podía hacer. Entonces toda clase de caminantes sobre la tierra se acercaron para la reunión, y él les preguntó si habían encontrado la cura. Pero nadie sabía de ninguna medicina. Entre ellos estaba el Coyote, aullando de dolor, pero el resto de los enfermos estaba reposando en sus casas.

Finalmente llegó el turno del Ratón de Campo, el más pequeño de todos los animales, quien no quería aparentar sabiduría antes que los más grandes hayan hablado. Cuando el León Montañés le dijo:

“Y tú, T’hu-chi-deh, ¿conoces alguna cura?”, él se levantó de su asiento y se adelantó y dijo modestamente:

“Si los demás me permiten, y con la ayuda de los Verdaderos, probaré algo que he encontrado recientemente”.

Luego sacó del bolso bajo su brazo izquierdo las raíces, una por una; finalmente, sacó la raíz de chi-ma-hár, y explicó el efecto que había tenido en Ki-u-í-deh. La maceró hasta hacerla polvo con una piedra, y la mezcló con grasa. Y untándola en hojas lisas, la colocó sobre la mandíbula del Coyote. Y en poco tiempo su dolor desapareció.

Al verlo, el León Montañés, el Oso, el Búfalo y otros jefes de los cuatro patas nombraron a T’hu-chi-deh Padre de la Medicina. Y dictaron una ley que sostenía que a partir de ese momento, el cuerpo del Ratón de Campo sería sagrado, de manera que ningún animal se atreve a matarlo o siquiera a tocarlo cuando está muerto. Y así continúa siendo hoy. Solo los pájaros y las serpientes, quienes no habían asistido al consejo de los cuatro patas no respetan a T’hu-chi-deh.

Así el Ratón de Campo se convirtió en el primer hombre medicina. Eligió a uno de cada tipo de cuatro patas para ser su asistente, y les enseñó el uso de las hierbas, de manera que cada uno pudiera utilizarlas con su propio pueblo: un Oso doctor para los Osos, un Lobo doctor para los Lobos, y así con todas las tribus animales.

De todos a los que les enseñó había uno que no era un Creyente de los Verdaderos: el Tejón. Pero de todas formas, lo escuchó e hizo como si le creyera. Con el tiempo, la enseñanza se completó y T’hu-chi-deh envió a todos sus asistentes doctores a sus pueblos para que realizaran la tarea de sanar. Pero siempre que alguno de ellos fuera llamado para curar a alguien, siempre pedían la ayuda del Padre, el Ratón de Campo, para que los acompañara y asistiera.

Pero Kahr-naí-deh, el Tejón no creía en las curaciones, y finalmente le dijo a su esposa:

“Ahora veré si ese viejo T’hu-chi-deh es un verdadero hombre medicina. Si me encuentra, entonces creeré en él”.

Y a partir de ese día durante cuatro días, el Tejón no probó alimentos, hasta estar a punto de morir. Y el quinto día dijo:

In-hli-u-wáy-i, esposa mía, ve en busca de T’hu-chi-deh para ver si puede curarme”.

Y la esposa del Tejón fue a la casa del Ratón de Campo, fingiendo estar muy triste. Y cuando fueron a su casa, el Tejón fingió estar muy enfermo y sufriendo un gran dolor. T’hu-chi-deh no le preguntó nada, pero sacó su pequeño bolso de raíces y lo colocó junto a él. Luego de frotar cenizas en sus manos, las colocó sobre el estómago y el pecho del Tejón, frotando y percibiendo. Cuando tocó el estómago del Tejón, comenzó a cantar:

Káhr-nah-hlu-hli wi-end-t'hú

Beh-hú hu-báhn,

Ah-náh káh-chah-him-aí

T'hu-chi-hlu-hli t'oh-ah-yin-áhb

Wi-end-t'hú beh-hú hu-báhn.

Anciano Tejón por cuatro días

No comió hasta casi morir

Para saber, saber con certeza

Si Anciano Ratón de Campo

Tiene el Poder de la Medicina

Por cuatro días, cuatro días

No comió hasta casi morir

Cuando terminó de cantar y de frotar, le dijo al Tejón:

“No hay necesidad de darte un remedio. Durante mi enseñanza te vi atento. Ahora sincérate. Has desperdiciado el tiempo en probar mi poder. Ahora levántate y come, para compensar tu error. Y no vuelvas a repetir un acto como este”.

Luego, tomó su bolso de raíces y se fue a su casa. El Tejón le dijo a su esposa:

“Esposa, ahora creo que el Anciano Ratón de Campo tiene el Poder. ¡No volveré a desconfiar de él!”

Luego su esposa le trajo comida y él comió, ya que se moría de hambre. Después de comer, todos los animales vinieron a verlo, porque sabían que había estado muy enfermo. Les contó todo lo que había sucedido, de cómo T’hu-chi-deh había descubierto su engaño. Luego de eso, todos los animales temieron del Ratón de Campo, y lo respetaron más que antes, ya que no había dudas de que él tenía el Poder.

El tiempo pasó. Un día los Hombres Antiguos salieron a hacer nah-kú-ah-shu, una cacería circular. Luego de hacer un gran círculo en el llano, mataron muchos conejos, y uno de ellos encontró a T’hu-chi-deh y lo hizo prisionero. Lo llevaron ante los jefes, quienes lo interrogaron.

“¿Cómo te ganas la vida?”, le preguntaron.

“Me gano la vida yendo a los animales enfermos y curándolos”, les contestó.

Y los Ancianos le dijeron:

“Si es así, enséñanos tu poder y te dejaremos libre. Si no, morirás”.

T’hu-chi-deh aceptó y lo llevaron al pueblo entre honores. Durante doce días y doce noches permaneció encerrado junto a los hombres en la estufa. Durante dos días ayunando y un día realizando la Danza de la Medicina, y luego ayunando y danzando nuevamente, como los hombres medicina hacen hoy.

La última noche, luego de enseñarle a los hombres todas las hierbas y sus usos y ya eran hábiles en su uso, liberaron a T’hu-chi-deh con un guardián infalible. Lo llevó hasta la puerta de su casa bajo el chaparral. Y así cumplieron con su palabra, dándole la libertad que tiene todo lo que crece en la tierra. Hasta el día de hoy, los Creyentes de los Verdaderos lo veneran, y ya no lo llaman “el más pequeño”. Cuando cantan canciones acerca de él en los lugares sagrados, y hacen un gran montículo representando su casa, y lo llaman kur-u-hli naht-hu, la Montaña del Chaparral. Y a él no llaman T’hu-chi-deh, el Ratón de Campo, sino Pi-íd-deh p'ah-hláh-kuir, el Ciervo-Junto-al-Río, para hacerle honor a su condición. Porque él fue el Padre de la Medicina y nos enseñó a curar a los enfermos.

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