El Coyote y los Cuervos

Tiempo atrás, muchos Káh-ahn vivían junto a un bosque. A corta distancia, en las planicies había un gran árbol con mucha arena a sus pies. Un día Coyote pasaba caminando y oyó a los Cuervos cantando y bailando bajo el árbol y se acercó para observarlos. Bailaban en ronda, y cada Cuervo tenía cargada a su espalda un gran saco.

“Amigos Cuervos, ¿qué están haciendo?”, preguntó Coyote muy interesado.

“Estamos bailando con nuestras madres”, le contestaron los cuervos.

“¡Qué bien! ¿Y me dejarían bailar con ustedes?”, preguntó Coyote al tu-whit-lah-wid-deh, al capitán de la danza Cuervo.

“Pues claro”, dijo el Cuervo, “ve a poner a tu madre en un saco y ven con nosotros a bailar”.

Coyote volvió a su casa corriendo. Su madre estaba sentada a un costado del fogón. El estúpido Coyote tomó un palo y golpeó a su madre en la cabeza, la metió en el saco y se apresuró a volver a bailar con los Cuervos.

Los Cuervos estaban bailando alegremente mientras cantaban “Ai nana, que-íi-rah, que-íi-rah”, “Ay, mamá, estás temblando, estás temblando”. Coyote se unió a ellos con el saco a su espalda, cantando “Ai nana, que-íi-rah, que-íi-rah”.

Pero los Cuervos estallaron en risas y le preguntaron:

“¿Qué traes en la bolsa?”

“Traigo a mi madre, como me dijeron”, respondió Coyote, abriendo el saco y mostrándosela.

Entonces los Cuervos vaciaron sus sacos que habían llenado solo con arena, y salieron volando hasta un árbol entre risas.

Coyote vio que le habían jugado una broma y volvió a su casa llorando y cantando: “Ai nana”. Cuando llegó a su casa, sacó a su madre del saco e intentó sentarla al lado del fogón, diciendo “Ai nana, ¿por qué no te sientas como antes?”. Pero no podía porque estaba muerta. Al ver esto, Coyote juró perseguir a los Cuervos por el resto de su vida, y hasta el día de hoy los ha estado cazando y han estado en guerra.

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