El Coyote y los Mirlos

Había una vez un coyote que vivía cerca del claro de un bosque. Un día salió a caminar por el límite del bosque, y oyó a los Mirlos, cuyo nombre indio es “semillas de las praderas”, que gritaban con entusiasmo:

“¡Traigan mi bolso, traigan mi bolso que caerá granizo!”

El Coyote, de curioso que era, se acercó y vio que todos los Mirlos tenían bolsos de piel a los que les ataban una cuerda y colgaban de las ramas de los árboles. Muy sorprendido, el Coyote les preguntó:

“Amigos Mirlos, ¿qué están haciendo?”

“Ah, amigo Coyote”, le contestaron, “nos estamos preparando porque pronto caerá una tormenta de granizo y no deseamos morir aplastados. Nos meteremos en estas bolsas que colgarán de las ramas de los árboles, donde estaremos a salvo del granizo”.

“Eso está muy bien”, dijo Coyote. “Y si nos les molesta, a mí también me gustaría estar en una de esas bolsas junto a ustedes”.

“Pues claro. Ve a tu casa y trae una bolsa y una cuerda y nosotros te ayudaremos a colgarte”, le dijo el Pah-táhn, siempre serio.

Coyote corrió a su casa y volvió con una bolsa y una cuerda a donde estaban los Mirlos, quienes lo estaban esperando. Lo ayudaron a colgarse y pusieron en nudo en el cuello del bolso, para que cuando tiraran de él, quedara bien cerrado. Luego arrojaron la cuerda por encima de una rama fuerte y dijeron:

“Ahora, amigo Coyote, primero métete en la bolsa, porque eres tan pesado que no podrás subirte, y nosotros te ayudaremos”.

El Coyote se metió en la bolsa y los Mirlos tiraron con todas sus fuerzas hasta que la bolsa estuvo colgando de la rama. Ataron el extremo de la cuerda al árbol para que la bolsa no cayera al suelo, y buscaron todas las piedras que había alrededor.

“¡Oh, por Dios! ¡Aquí viene la tormenta de granizo!”, gritaron a viva voz y comenzaron a arrojar las piedras tan fuerte como pudieron al saco que se tambaleaba.

“¡Dios! ¡Es una tormenta terrible, amigos Mirlos”, gritó el Coyote mientras las piedras lo golpeaba. “Me está golpeando muy fuerte. ¿Y cómo están ustedes?”

“Es ciertamente muy terrible, amigo Coyote”, le contestaron. “Pero tú eres más grande y fuerte que nosotros, y debes aguantar”. Y continuaron apedreándolo mientras gritaban como si ellos también estuvieran sufriendo.

“¡Ay! ¡Una piedra me golpeó muy cerca del ojo! Me temo que esta tormenta malvada nos matará a todos”.

“Sé valiente, amigo Coyote”, le dijeron los Mirlos. “Nosotros estamos soportando, que somos más débiles que tú”, y continuaron apedreándolo.

Y así continuaron hasta que se cansaron de arrojarle piedras. Y el Coyote estaba tan golpeado y magullado que a penas podía moverse. Desataron la soga y bajaron la bolsa al suelo lentamente, y luego volaron a las ramas de los árboles con una mirada muy seria.

“¡Ay, casi me muero!”, gruñó el Coyote.

Y salió fuera de la bolsa arrastrándose, llorando y quejándose del dolor, y comenzó a lamerse las heridas. Pero cuando miró alrededor y vio que el sol brillaba, que todo estaba seco y que no había tormenta alguna, se dio cuenta de que los Mirlos le habían jugado una broma, y se marchó cojeando a su casa lleno de ira, jurando que a penas se recobrase, perseguiría a los Mirlos para comérselos, y es por eso que los Coyotes y los Mirlos siempre están en guerra.

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