El Honesto Orejas Grandes

Un día, T'ah-hlá-a-hlun, Orejas Grandes, como los Tiwas le llaman al Burro, volvía solo de la granja de su dueño, y se dirigía a Isleta cargando a sus espaldas bolsas de piel que contenían requesón. Cuando llegaba a las colinas, se topó con el Coyote, quien le dijo:

“Amigo Orejas Grandes, ¿qué llevas en esas bolsas?”

“Llevo muchos quesos para mi amo, amigo Tu-wháy-deh”, el contestó el Burro.

“Convídame uno, entonces, porque me muero de hambre”.

“No puedo hacer eso”, dijo el Burro, “porque mi amo me culparía a mí, ya que no son para mí, sino para un hombre en el pueblo que espera por ellos”.

El Coyote le insistió repetidamente, con palabras amables. Pero Orejas Grandes no le hacía caso, y continuaba su camino. Entonces Tu-wháy-deh lo seguía por detrás, sin hacer ruido, y muy silenciosamente, mordió la bolsa y le robó un queso. Y Orejas Grandes no se enteró, ya que no podía ver hacia atrás.

Cuando llegó al pueblo, el hombre que lo esperaba bajó la carga de su espalda y contó los quesos.´

“Aquí falta uno”, dijo el hombre, “de la cantidad que tu amo dijo que iba a enviar. ¿Qué pasó con ese queso?”

“En verdad no sé”, dijo Orejas Grandes, “pero creo que fue Tu-wháy-deh quien lo robó, ya que él me pidió que le diera uno. ¡Ya me lo pagará!”

Y Orejas Grandes volvió a las colinas a buscar la casa de Tu-wháy-deh. Finalmente la encontró, pero el Coyote no estaba por ninguna parte. Así que se tiró a descansar cerca del hoyo. Estiró las patas como si estuviera muerto, abrió bien la boca y se quedó muy quieto.

Pasó un tiempo hasta que la Coyote Vieja salió de la casa a buscar una tinaja de agua. Pero cuando vio al Burro yaciendo allí, soltó la tinaja y corrió gritando:

“¡Hlu-hli, Viejo, ven a ver! Hay un búfalo muerto aquí afuera, ahora tendremos mucha carne”.

Y Coyote Viejo salió de su casa muy contento y comenzó a afilar su cuchillo. Pero su esposa dijo:

“Antes de que lo cortes, tráeme su hígado, porque tengo mucha hambre y no puedo esperar”, ya que el hígado es la parte que más le gusta a los Coyotes.

Coyote Viejo, para complacer a su mujer, se metió dentro de la boca del Burro para sacarle el hígado. Pero Orejas Grandes cerró su boca, atrapó a Tu-wháy-deh por la cabeza y corrió a su casa. La Coyote Vieja lo seguía por detrás y llorando le pedía:
“¡Ay, Nana, déjalo ir!”

Pero Orejas Grandes no le hacía caso, y lo llevó ante su amo. Cuando este se entero lo que había pasado, mató al Coyote y agradeció a Orejas Grandes, y le dio mucho pasto para comer. Y es por esto que Orejas Grandes patea con sus patas traseras todo lo que se aproxima silenciosamente por detrás suyo, porque recuerda cuando Tu-wháy-deh le robó su queso.

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