El llanto del pino

Entre los héroes Querès hay uno que es muy conocido, llamado Is-tí-ah Muts, Niño Flecha. Era un cazador fabuloso y autor de muchos hechos maravillosos, pero hubo un tiempo en que no poseía su coraje y su fuerza, y si no hubiera sido por la ayuda de una pequeña ardilla, él hubiera perecido.

Al llegar a la adultez, Is-tí-ah Muts se casó con la hija del Kot-chin, el jefe. Ella era una muchacha muy hermosa, y su esposo cazador la adoraba. Pero secretamente ella era una bruja, y cada noche, cuando Is-tí-ah Muts dormía, ella se escapaba hacia las montañas donde las brujas celebraban sus misteriosas reuniones. Como es sabido, estas brujas tenían espantosos apetitos, y no había nada en el mundo que les gustara más que bebés cocidos.

Is-tí-ah Muts, quien era un buen hombre, no sospechaba que su esposa estaba involucrada en tales prácticas maléficas, y ella era muy cuidadosa de mantenerlo en la ignorancia con respecto a su situación.

Un día, mientras la esposa bruja planeaba ir a una de sus reuniones, se robó un bebé robusto y lo puso a cocinar en una tinaja de barro, en la oscuridad de la habitación de su casa. Pero antes que anocheciera, se dio cuenta que debía ir en busca de agua. Había una curiosa reserva de agua en Acoma a menos de un kilómetro de su casa, y debía ausentarse un buen rato. Y, mientras salía con una tinaja pintada con colores claros sobre su cabeza, le ordenó a su esposo que por nada del mundo entrase a la otra habitación.

Cuando salió, Is-tí-ah Muts comenzó a pensar en lo que su esposa le había dicho, y temió que algo malo estaba sucediendo. Entró a la habitación y miró alrededor, y cuando halló en bebé cocinándose, su corazón se llenó de dolor, como le sucedería a cualquier buen esposo que hallara que su esposa era una bruja. Pero cuando ella volvió con el agua, él no dijo ni una palabra; solo se dedicó a observarla con agudeza para ver qué era lo que tramaba.

Temprano esa noche, Is-tí-ah Muts fingió que se iba a dormir, pero en realidad permaneció bien despierto. Su esposa estaba tranquila, pero él podía sentir que lo estaba observando. De repente, un gato entró a la habitación y le susurró a la esposa bruja:

“¿Por qué es que no vienes a la reunión? Te estamos esperando”.

“Esperen un poco, hasta que mi esposo esté dormido por completo”.

El gato salió, y Is-tí-ah Muts permaneció inmóvil. Luego de un rato, un búho apareció y le pidió a la mujer que se apresurara. Finalmente, creyendo que su esposo dormía, la esposa bruja se levantó silenciosamente y salió. En cuanto hubo salido, Is-tí-ah Muts se levantó y comenzó a seguirla a cierta distancia. Era noche de luna llena.

La esposa bruja anduvo un largo camino hasta llegar al pie de la Meseta Negra, donde había un gran agujero oscuro con un arcoiris saliendo de él. Cuando pasó por debajo del arcoiris, se transformó en un gato y desapareció en la cueva. Is-tí-ah Muts avanzó muy despacio y miró hacia adentro. Vio una gran habitación iluminada por un fuego llena de brujas con formas de cuervos, buitres, lobos y otros animales de mal agüero. Estaban celebrando su reunión, disfrutando de su fiesta comiendo, cantando, bailando y planeando cómo hacer mal a los hombres.

Durante mucho tiempo Is-tí-ah Muts los estuvo mirando, hasta que alguien vio su cabeza espiando por el agujero.

“¡Tráiganlo!”, gritó la jefa bruja, y a la orden, muchas de ellas corrieron hasta él, lo rodearon y lo arrastraron dentro de la cueva.

“¡Un espía!”, dijo la jefa bruja, encolerizada. “Te hemos atrapado, ahora debemos matarte. Pero puedes salvar tu vida uniéndote a nosotros. Ve a tu casa y tráenos el corazón de tu madre y tu hermana, y te revelaremos nuestros secretos para que te conviertas en un hechicero poderoso”.

Is-tí-ah Muts volvió corriendo a Acoma y mató a dos ovejas. Sabía, como todo indio sabe, que es imposible escapar de las garras de las brujas. Tomando los corazones de las ovejas, volvió con la jefa bruja y se los entregó. Pero cuando la jefa bruja pinchó los corazones con un palo afilado, se empezaron a hinchar como sapos. Era señal de que las había engañado. A pesar de su gran ira, la jefa bruja fingió que no sabía y le ordenó a Is-tí-ah Muts irse a su casa, con lo que el asustado cazador se puso muy contento.

Pero a la mañana siguiente, cuando Is-tí-ah Muts se despertó, no se encontraba en su casa, sino que yacía sobre una pequeña repisa en lo alto de un vertiginoso acantilado. Si saltaba, de seguro que moriría, ya que estaba a más de mil metros sobre el suelo. Tampoco podía trepar, ya que la roca lisa se elevaba a más de mil metros sobre su cabeza. Entonces supo que había sido embrujado por la jefa de los que andan por el camino de la maldad, y que su destino era morir. A penas podía moverse sin caer de esa estrecha repisa. Muy quieto permaneció entre pensamientos amargos hasta que el sol estuvo arriba de su cabeza.

De pronto, una Ardilla pasó corriendo por la cornisa, y al verlo, corrió a contarle a su mamá:

“¡Nana, nana! ¡Hay un hombre muerto yaciendo en nuestra cornisa!”

“No, no está muerto”, dijo la Madre Ardilla luego de verlo. “Pero creo que tiene mucha hambre. Toma esta cáscara de bellota y llévale un poco de masa de maíz y agua”.

La joven Ardilla le llevó la cáscara de la bellota llena de masa de maíz húmeda, pero Is-tí-ah Muts la rechazó al pensar:

“¡Bah! ¿Qué puede hacerme eso cuando me muero de hambre?”

Pero la Mamá Ardilla, sabiendo sus pensamientos, le contestó:

“No es así, Sau-ki-ne, amigo. Parece poquito, pero hay más que suficiente. Come y recobra tus fuerzas”.

Aún dudando, tomó la bellota con maíz azul y comió hasta que se satisfizo, y aun así, la bellota no estaba vacía. Luego, la joven Ardilla tomó la cáscara de bellota y le llevo agua, y aunque tuviera mucha sed, no pudo acabarla.

“Amigo”, le dijo la madre luego de que el alimento recompusiera sus fuerzas, “no puedes bajarte de allí, donde las brujas te han colocado. Pero aguarda que te ayudaré”.

Fue hasta su despensa y tomó la piña de un pino y la soltó al acantilado. Is-tí-ah Muts permanecía en la estrecha repisa pacientemente, durmiendo por momentos, y por momentos pensando en su extraña situación. A la mañana siguiente, pudo ver un pequeño pino creciendo al pie de la colina, allí, donde él estaba seguro de que no había ningún árbol. Antes de que cayera la noche, ya era un pino grande, y a la mañana siguiente, era el doble de grande. La joven Ardilla le traía masa y agua en la cáscara de bellota dos veces al día, y él comenzaba a pensar que podría salir con vida.

La noche del cuarto día, el pino ya se levantaba más alto que su cabeza, y estaba tan cerca del acantilado que casi lo podía tocar.

“Amigo hombre”, le dijo la Mamá Ardilla, “¡sígueme!”, y saltó suavemente al árbol.

Is-tí-ah Muts tomó una rama y saltó al árbol, y dejándose caer de rama en rama, pudo llegar al suelo a salvo.

La Mamá Ardilla también bajó hasta el suelo y él le agradeció por haberlo ayudado.

“Ahora debo volver a mi casa”, le dijo. “Toma estas semillas de pino y estos piñones que he traído para ti y cuídalas bien. Cuando llegues a tu casa, dale a tu esposa las semillas de pino, pero tú debes comer lo piñones. Ahora me marcho. ¡Adiós!”, y se fue subiendo al árbol.

Cuando Is-tí-ah Muts regresó a su casa en Acoma, subió por la escalera de piedra y se paro ante el pueblo de adobe, se sorprendió grandemente. Los cuatro días en los que había estado ausente habían sido en realidad cuatro años. Las personas lo miraban extrañados. Todos lo habían dado por muerto, y su esposa bruja se había casado con otro hombre, y vivían en la que había sido su casa. Cuando Is-tí-ah Muts entró, su esposa se alegró mucho al verlo, y él fingió no saber qué es lo que había pasado. No dijo nada al respecto, sino que hablaba plácidamente mientras comía los piñones que la Ardilla le había dado, y a ella le dio las semillas. El nuevo esposo hizo una cama para Is-tí-ah Muts, y al día siguiente, los dos hombres salieron a cazar juntos.

Esa tarde, la madre de todas las brujas fue a visitar a su hija, pero cuando se acercó a la casa, se detuvo aterrorizada. A través del techo crecía un gran pino, cuyas ramas copiosas salían por la puerta y las ventanas. Ese fue el fin de la esposa bruja, ya que las semillas habían brotado en su estómago, y ella fue convertida en un gran pino triste que se mecía por encima de su casa, y se lamentó y lloró eternamente, como sus pinos hijos hacen aún hoy.

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