Por qué la Luna desaparece mes a mes

Había una vez un jefe Acoma que tenía una hija adorable, que un día, un apuesto extranjero raptó, arrancándola de su hogar en el corazón de la Montaña Nieve (o San Mateo, según su nombre español). No era otro que Mástil Truhán, uno de los dioses de la tormenta. Luego de llevar a la cautiva a su casa, la vistió con finas ropas y la trató amablemente. Pero buena parte del tiempo debía estar fuera de su casa, encargándose de las tormentas, y ella permanecía en soledad sin otra compañía más que la anciana madre de Mástil Truhán.

Un día, cansada de la soledad en la que estaba confinada, decidió dar un paseo por la enorme casa y echar un vistazo por las habitaciones que no había visto nunca. Abriendo una puerta, se encontró una habitación muy amplia hacia el este repleta de mujeres llorando y temblando por el frío por falta de vestiduras. Atravesando esta habitación, llegó a otra, repleta e mujeres demacradas y muertas de hambre, y alguna que otra yaciente muerta en el suelo. Y en la habitación siguiente, se encontró con decenas de horrorosos esqueletos blancos. Esto era lo que Mástil Truhán hacía con sus esposas cuando se cansaba de ellas. La muchacha entendió el destino que le deparaba, y al volver a su habitación, se echó al suelo a llorar. No tenía escapatoria, porque la anciana madre de Mástil Truhán cuidaba todo el tiempo la puerta de entrada.

Cuando Mástil Truhán regresó a su casa, la muchacha le dijo:

“Hace mucho que no veo a mis padres. Déjame ir a visitarlos”.

“Está bien”, le dijo. “Pero primero debes pelar este maíz. Una vez que lo hayas pelado y molido, entonces te dejaré ir”.

Y le mostró cuatro habitaciones repletas de maíz del suelo al techo. Esa tarea le llevaría más de un año, y cuando su esposo volvió a salir, se sentó en el suelo a llorar y lamentarse de su destino.

En ese momento, una extraña anciana pequeña se le apareció frente a ella con una sonrisa amistosa era una cumúshquio.

“¿Qué te pasa, hija mía?”, le preguntó amablemente la vieja hada, “¿por qué lloras?”

La cautiva le contó su historia y la cumúshquio le respondió:

“No temas, hija. Yo te ayudaré. Pelaremos ese maíz y lo moleremos en cuatro días”.

Y se pusieron a trabajar. Durante dos días estuvo pelando el maíz, y aunque no pudiera ver al hada, siempre la oía pelando el maíz muy cerca de ella. Luego, durante dos días, molió en maíz en el metate, aparentemente sola, pero ella podía oír el ruido de otro metate cerca de ella. Al final del cuarto día, la última mazorca ya se había convertido en harina, y la muchacha estaba muy feliz. La cumúshquio apareció nuevamente trayendo una gran canasta y una cuerda. Abrió las puertas de los cuartos donde las otras muchachas estaban prisioneras y les ordenó que entraran a la canasta una por una. Mástil Truhán había quitado la escalera de su casa, de manera que nadie podía salir una vez que él había partido. Pero con la cuerda y la canasta, la bondadosa anciana hada las bajó hasta el suelo y les indicó que se apresuraran a su casa, y lo hicieron tan rápido como sus piernas flacas y desgarbadas les permitían. Luego escaparon la muchacha y el hada y emprendieron su camino hacia Acoma. Y entonces hubo Luna nuevamente, porque la muchacha era la Luna, quien había desaparecido como aún hoy sigue desapareciendo mes a mes.

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