La gigante y la muchacha

Había una vez un Tah-póh-pi, un jefe de los Laguna que tenía una hija, la muchacha más hermosa de toda la aldea. Era muy aficionada a la caza y mataba tantos animales como cualquier muchacho. Varias millas al sur de Laguna había una piedra con forma de domo erigida sobre las praderas que la hija del jefe había ahuecado para usarla como refugio para cuando salía de caza.

Un día, luego de una tormenta, la tierra amaneció cubierta de nieve, lo que permitía rastrear fácilmente huellas de conejo, y la muchacha, tomando su arco y su flecha, salió de cacería.

Ella tenía una especial suerte para la caza, y para el tiempo en que llegó al refugio de cacería, cargaba una gran cantidad de conejos. La noche estaba fría, y ella tenía hambre, y al entrar dentro de la casa de piedra, encendió un fuego en la hoguera y comenzó a asar un conejo. Mientras cocinaba, un fuerte viento del oeste entró en el refugio y diseminó el olor de la comida, a través de la chimenea, muy lejos, hacia el este. El aroma del conejo asado llegó hasta una caverna en las montañas Sandías, a unos ochenta kilómetros. Allí vivía una vieja gigante que aterrorizaba a todo el mundo, y cuando percibió el olorcito de esa carne dulce, se levantó y ser frotó su enorme ojo rojo.

“Mmm…”, dijo, “qué bien huele. Voy a ver de donde proviene, ya que no tengo nada qué comer hoy”.

En dos pasos, llegó a la casa de piedra, y agachándose, llamó a la puerta.

“¿Quáh-tzi, quién eres? ¿Qué es lo que cocinas allí?”

“Conejos”, contestó la muchacha terriblemente asustada ante la gran voz.

“Entonces dame uno”, gritó la vieja gigante.

La muchacha arrojó uno hacia la puerta y la gigante lo tragó y le exigió otro más. La muchacha le siguió arrojando conejos hasta que ya no hubo. Luego la gigante le pidió su vestido y su manta y sus polainas de piel, y se lo comió todo. Y luego dijo:

“Ahora sal tú y déjame comerte”.

La muchacha comenzó a llorar amargamente cuando vio el feroz ojo en la puerta de su cueva, que para la gigante era tan pequeño que no podía meter ni un dedo. Repitió su pedido tres veces, y al ver que la muchacha seguía allí dentro, tomó una gran roca y comenzó a golpear la casa de piedra para hacerla pedazos. Pero justo en el momento en que rompía el techo y se agachaba para recoger a la muchacha, dos cazadores que oyeron los ruidos, fueron hasta allí a ver qué pasaba. Y al ver a la gigante, le dispararon con sus poderosas flechas en el cuello y cayó muerta. Y luego de traerle nuevas ropas a la muchacha, la llevaron a Kó-iks, a Laguna, donde vivió durante muchos años.

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