Mucho tiempo atrás, cuando el Ciervo y el Lobo eran amigos, en las tierras que están más allá del Río Puerco, no lejos donde se encuentra el pueblo de Laguna, vivían dos vecinas. Una era Mamá Cierva con sus dos cervatillos, y la otra era Mamá Loba con sus dos lobeznos. Vivían en lindas casas de adobe, como las que viven las personas hoy, y también vivían como personas en todo sentido. Las dos eran buenas amigas y ninguna pensaba en ir a la montaña a buscar leña o a buscar la raíz jabonosa del amole sin invitar a la otra a acompañarla.
Un día,
“Amiga Pi-hli-oh, ¿por qué no vamos hoy a buscar leña y amole, que mañana tengo que lavar?”
“De acuerdo, amiga Káhr-hli-oh”, contestó
Y salieron juntas cruzando las planicies hacia las colinas hasta que llegaron al sitio donde solían aguardar la una a la otra. Recogieron leña y la ataron en paquetes para llevarla a sus hogares cargadas en sus espaldas y extrajeron el amole. Luego,
“¡Uf, qué cansada estoy! Siéntate, amiga Cierva, y apoya tu cabeza en mi regazo así descansamos un rato”.
“Yo no estoy cansada”, replicó
“Pero descansemos un poco”, pidió
“Amigos Cervatillos, no teman, coman. Su madre se encontró con unos familiares y fue a visitarlos. Esta noche no volverá”.
Los Cervatillos estaban hambrientos, y en cuanto
“¡Cuidado, cuidado! ¡Esta es tu madre!”
Se asustó mucho y llamó a su hermano para que oyera, y las mismas palabras salieron de la carne.
“¡La malvada vieja Loba ha matado a nuestra nana!”, gritaron, y sacando la carne del fuego, la apartaron y entre lágrimas, se fueron a dormir.
A la mañana siguiente,
“Pi-u-wi-deh, ¿por qué tienen esos bellas manchas en su piel, por qué sus párpados son rojos, por qué nosotros somos tan feos?”
“Ah”, dijeron los Cervatillos, “es porque cuando éramos niños, como ustedes, nuestra madre nos puso en una habitación con mucho humo y por eso nos manchamos”.
“Ah, amigos Cervatillos, ¿pueden hacernos esas manchas, para que seamos bellos como ustedes?”
Los Cervatillos, deseosos de vengar a su madre, encendieron un gran fuego con mazorcas de maíz y tiraron hierbas para que hiciera mucho humo. Luego, encerrando a los Lobeznos dentro de la habitación, sellaron las puertas y ventanas con barro y colocaron una piedra chata sobre la salida de la chimenea. Bajaron del techo y, tomados de las manos, corrieron hacia el sur tan rápido como pudieron.
Luego de mucho andar, se toparon con un Coyote. Iba y venía con una pata sobre su rostro, aullando por un terrible dolor de muela. Los Cervatillos le dijeron, muy cortésmente:
“¡Ah-bú, pobrecito! Anciano amigo, lo sentimos por tu dolor de muelas, pero una vieja Loba nos persigue y no nos podemos quedar. Si viene por aquí preguntando por nosotros, no le digas nada, ¿de acuerdo?”
“In-dah, amigos Cervatillos, no le diré nada”, y comenzó a aullar nuevamente lleno de dolor.
Cuando
Al poco tiempo se encontró con el Coyote, quien aún seguía yendo y viniendo y aullando tan fuerte que podía oírselo a más de un kilómetro. Sin importarle su dolor, comenzó a gruñirle ferozmente:
“¡Dime, anciano! ¿Has visto a dos Cervatillos corriendo por aquí?”
El Coyote no le prestó atención y siguió caminando con una pata sobre su boca, gimiendo:
“¡M-mm-pah! ¡M-mm-pah!”
Nuevamente le preguntó lo mismo, con gran irritación, pero la única respuesta que escuchó fue sus aullidos y gemidos.
“No me importa tu “¡M-mm-pah! ¡M-mm-pah!”. Dime si has visto a esos Cervatillos, ¡o te comeré en este mismo momento!”
“¿Cervatillos? ¿Cervatillos?”, gruñó el Coyote. “He estado soportando este dolor de muelas desde el comienzo del mundo. ¿Crees que me pueden importar un par de Cervatillos? Vete, no me molestes”.
Y
Para ese momento, los Cervatillos habían llegado hasta donde dos niños jugaban k'wah-t'hím con sus arcos y flechas, y les dijeron:
“Amigos niños, si una vieja Loba viene por aquí y les pregunta si nos han visto, por favor, no les digan”.
Los niños prometieron que no dirían nada y los Cervatillos siguieron corriendo. Pero
“¡Oigan, niños! ¿Han visto dos Cervatillos corriendo por aquí?”
Pero los niños no le prestaron atención, y siguieron jugando su juego y peleando entre ellos:
“¡Mi flecha está más cerca del blanco!”
“¡No, la mía está más cerca!”
“¡No, la mía!”
“¡Pequeños pillos! ¡Contéstenme sobre esos Cervatillos o me los comeré!”
Y los niños voltearon y le contestaron:
“Hemos estado aquí todo el día, jugando k'wah-t'hím, no cazando Cervatillos. Sigue tu camino y no nos molestes”.
En ese momento, los Cervatillos llegaban a la orilla del Río Grande, donde estaba P'ah-chah-hlú-hli, el Castor, trabajando fuerte para cortar un árbol con sus dientes. Y le dijeron muy amablemente:
“Amigo Viejo-Cruzador-del-Agua, ¿nos podrías llevar hasta la otra orilla del río?”
El Castor los cargó en su espalda y los llevó hasta la otra orilla. Luego de agradecerle, le pidieron que no le dijera a
“¡Mira!”, dijo uno de los Cervatillos. “Este debe ser el lugar que nuestra madre nos contó, donde viven los Verdaderos de nuestro pueblo. Vamos a mirar”.
Y cuando llegaron a la cima de la colina, hallaron una puerta de entrada en la roca sólida. Golpearon y la puerta se abrió. Una voz los llamó:
“¡Entren!”
Bajaron por la escalera hacia una gran habitación subterránea. Allí hallaron a los Verdaderos del pueblo Ciervo, quienes le dieron la bienvenida y los alimentaron.
Luego de que contaran su historia, los Verdaderos le dijeron:
“No teman, amigos, nosotros nos encargaremos”.
Y el jefe guerrero escogió cincuenta Ciervos jóvenes y fuertes para su ejército.
Para ese momento,
“Anciano, ¿has visto a dos Cervatillos por aquí?”
Pero el Castor la ignoró y siguió royendo el árbol, cortando mientras decía:
“¡Ah-u-mah! ¡Ah-u-mah!”
“Yo no te dije “¡Ah-u-mah! ¡Ah-u-mah!”. Te pregunto si has visto a dos Cervatillos”.
El Castor le contestó:
“He estado royendo árboles junto al río desde que he nacido y no he tenido tiempo para detenerme a pensar en Cervatillos”.
“Anciano, si me cruzas por el río, te pagaré, pero si te rehúsas, te comeré”.
“Está bien, pero espera a que termine de cortar este árbol y te cruzaré”, y la hizo esperar.
Luego saltó al agua y la subió a su cuello y comenzó a cruzarla por el río. Pero en cuanto llegaron a la parte profunda, el Castor nadó hasta el fondo y se quedó allí tanto tiempo como pudo aguantar.
“¡Ah!”, gritó
El Castor subió a tomar una bocanada de aire y volvió a sumergirse. Y siguió haciéndolo hasta que
Cuando llegaron a la orilla,
Luego,
“¿Quién es?”
“
“Puedes entrar”, le dijo la voz.
Y al oír su nombre, los cincuenta jóvenes guerreros Ciervos, quienes habían estado afilando sus cuernos, se prepararon para recibirla. La puerta se abrió y ella bajó por a escalera. Pero en cuanto puso un pie en el último escalón, todos los Ciervos gritaron:
“¡Miren que pata!”, porque aunque el Ciervo es más grande que el Lobo, tiene patas más pequeñas.
Al oír esto, sintió mucha vergüenza y retiró su pata. Pero su ira era más fuerte y bajó nuevamente. Pero cada vez los Ciervos se reían de ella y le gritaban y ella se retiraba.
Finalmente hicieron silencio y ella bajó la escalera. Y luego de contar su historia, los ancianos Ciervos dijeron:
“Este es un caso difícil, no debemos juzgarlo a la ligera. Vamos a hacer un trato. Que traigan la sopa y comeremos todos juntos. Y si puedes tomar toda la sopa sin derramar una sola gota, te entregaremos los Cervatillos”.
“Ah, eso va a ser fácil”, se dijo
Trajeron un gran tazón de sopa, y cada uno tomó un poco de pan indio y lo enrolló como una cuchara para meterlo en la sopa. La vieja Loba era muy cuidadosa, y casi había terminado de tomar su sopa sin derramar una sola gota. Pero cuando estaba por tomar el último sorbo, repentinamente aparecieron los Cervatillos en la habitación contigua, y al verlo, derramó la sopa sobre su regazo.
“¡La derramó!”, gritaron los Ciervos, y los cincuenta guerreros se echaron encima de ella y la despedazaron con sus cuernos afilados.
Ese fue el fin de
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