El pueblo de las muchachas serpientes

A unos siete kilómetros de Isleta, sobre la meseta de Shi-em-tú-ai, hay una “isla” circular de roca de lava, recortada de los acantilados de lava que hacen de muro al valle del Río Grande al oeste. El terreno tiene una elevación sobre las planicies arenosas de Los Padillas. En aquel elevado lugar todavía se pueden hallar las ruinas de Pu-reh-tú-ai, un pueblo desierto abandonado hace más de quinientos años. Las referencias históricas sostienen que el pueblo ya estaba abandonado cuando en 1540 Coronado pasó por este lugar. Esta es una historia que señala la causa del abandono de este poblado.

Hace quinientos años o más, vivía en Isleta un joven muy apuesto cuyo nombre era Ku-ah-máh-ku-hú-u-aí-deh, que quiere decir Joven Que Abraza Una Mazorca De Maíz. A pesar de la pesada carga que su nombre representaba, el joven era muy admirado en su pueblo. Dos hermanas, dos hermosas muchachas que vivían en Pu-reh-tú-ai, estaban perdidamente enamoradas de este mismo muchacho. Pero él nunca había creído que era apuesto, y pensaba poco en las mujeres, interesándose más en ser un corredor veloz o un buen cazador. Las hermanas, al ver que el joven no notaba sus miradas de amor, comenzaron a pasar frente a su casa cada vez que debían ir a Isleta para decirle hin-a-kú-pui-yu, buenos días, cuando lo veían en la calle. Pero él nomás le devolvía el saludo por cortesía. E incluso cuando ellas le mandaban un modesto regalo que significaba “¡hay una muchacha que te ama!”, él permanecía indiferente como siempre.

Luego de mucho cortejarlo en vano, las muchachas comenzaron a odiarlo tanto como antes lo habían amado. Decidieron que él era un u-teh, que en Tiwa significa “feo malvado”. Finalmente una de ellas propuso deshacerse de él, ya que las dos hermanas, por bellas que fueran, eran dos brujas.

“Le enseñaremos”, dijo una.

“Sí”, dijo la otra, “hay que castigarlo. Pero, ¿qué le haremos?”

“Lo invitaremos a jugar con el mah-khúr, y lo hechizaremos. Iré a confeccionar el aro”.

Las hermanas brujas hicieron un aro muy colorido, y mandaron un mensaje al joven para que se reuniera con ellas en la sagrada colina de arena al oeste de Isleta, ya que tenían un asunto muy importante que tratar con él.

“Hermano Joven Que Abraza Una Mazorca De Maíz”, le dijo la hermana mayor, “queremos divertirnos un poco. Juguemos al juego del mah-khúr. Tenemos un aro muy bonito para jugar. Tú ve colina abajo a ver si puedes atraparlo cuando lo rodemos hacia ti. Si lo logras, puedes quedarte con el aro. Pero si no lo atrapas, debes subir la colina y tirárnoslo a nosotras”.

El joven bajó a la mitad de la colina y esperó, y las hermanas lanzaron el aro brillante hacia él. Era muy hábil y lo agarró mientras aún giraba. Pero en el momento en que lo tocó, dejó de ser el apuesto Joven Que Abraza Una Mazorca De Maíz para convertirse en un pobre Coyote con lágrimas en sus ojos. Las dos hermanas se acercaron riéndose y burlándose de él, y le dijeron:

“¡Hubiera sido mejor que te casaras con nosotras! Pero de ahora en más serás un Coyote sin hogar. Podrás vagar por el norte, el oeste y el sur, pero jamás podrás volver al este, Isleta”.

El Coyote se marchó llorando, y las dos hermanas volvieron a su casa satisfechas con su acto. El Coyote caminó hacia el oeste, y luego viró al sur. Luego de un tiempo, se cruzó con un grupo de isleteños que volvía de un viaje de intercambio a la nación Apache. Caminó a hurtadillas cerca de su campamento, buscando algunas sobras de comida, ya que estaba famélico. A la mañana, los indios vieron al Coyote mirando a su campamento desde cierta distancia, y mandaron a sus perros tras él. Pero el Coyote no huyó, y cuando los perros se acercaron a él, solo lo olieron sin lastimarlo, a pesar de que perros y coyotes han sido enemigos desde el comienzo del mundo. Los indios estaban muy sorprendidos, y uno de ellos, un hombre medicina, sospechó que había algo raro en él. Sin decirle nada a los otros, caminó hasta el Coyote y le preguntó:

“Coyote, ¿eres un Coyote o una persona embrujada?”

Pero el Coyote no contestó. Nuevamente el hombre medicina le preguntó:

“Coyote, ¿eres un hombre?”

Y esta vez el Coyote asintió con su cabeza afirmativamente, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

“Muy bien”, dijo el hombre medicina, “entonces ven conmigo”.

El Coyote se paró y fue con él hasta el campamento. Y el hombre medicina lo alimentó y cuidó mientras regresaban de su viaje a Isleta. La última noche acamparon en una gran barranca, justo debajo de la ciudad. Allí el hombre medicina contó a sus compañeros la historia de cómo lo habían embrujado, según lo que le había contado el Coyote, y todos estuvieron enormemente sorprendidos y tristes al saber que ese Coyote era en apuesto Ku-ah-máh-ku-hú-u-aí-deh.

“Haremos un aro y jugaremos un juego”, le dijo el hombre medicina. Lo hizo, y luego le dijo al Coyote: “Amigo, ve allí y quédate. Cuando arroje este aro hacia ti, debes saltar y colocar tu cabeza dentro antes que deje de rodar”.

El Coyote se paró a cierta distancia y el hombre medicina arrojó con mucha fuerza el aro hacia él. Cuando estaba muy cerca, el Coyote saltó directamente hacia él y colocó su cabeza en el centro, y en lugar del Coyote, allí apareció Joven Que Abraza Una Mazorca De Maíz, tan apuesto y fuerte como lo había sido siempre. Todos se reunieron en torno a él para felicitarlo y escuchar lo que le había sucedido.

“Cuando vuelvas a tu casa”, le dijo el hombre medicina, “las dos hermanas brujas vendrán a felicitarte, y tú harás de cuenta que no sabes lo que te sucedió. Y cuando las veas, invítalas a jugar al juego del mah-khúr”.

Todo sucedió como había dicho. Cuando el grupo de hombres llegó a Isleta, todos se acercaron a darle la bienvenida al joven cuya extraña desaparición los había dejado consternados. Las noticias de su llegada se diseminaron rápidamente, y muy pronto llegaron hasta la aldea de Pu-reh-tú-ai. Luego de unos días, las hermanas brujas fueron a Isleta llevando una canasta con comida y otros regalos, que le obsequiaron al joven de la manera más cordial. Al ver como lo habían recibido, uno jamás hubiera podido decir que ellas habían sido la causa de su desventura. Él también desempeñó su papel de no saber qué le había ocurrido, sin que se notaran rasgos de la mentira que sostenían ambos. Finalmente, cuando ellas estaban por volver a su casa, él les propuso:

“Hermanas, vayamos mañana a la colina de arena a jugar”.

Una invitación de ese estilo, o más precisamente, un desafío, es imposible de declinar según la costumbre india; y las hermanas brujas aceptaron. Y a la mañana siguiente, se encontraron en la colina sagrada. Él había confeccionado un aro muy bonito, y cuando ellas lo vieron, se sintieron encantadas con la posibilidad de poseerlo, y rápidamente tomaron su posición al pie de la colina.

“¡Uno, dos, tres!”, contó el joven y al llegar al “tres”, arrojó el aro rodando. Las dos lo atraparon al mismo tiempo, y en lugar de las bellas y malvadas hermanas de Pu-reh-tú-ai, aparecieron dos serpientes cascabel con lágrimas en sus ojos. Joven Que Abraza Una Mazorca De Maíz colocó una pizca de harina sagrada sobre sus cabezas feas y chatas, y de inmediato sacaron sus lenguas y lo lamieron.

“Esto es lo que le sucede a los traicioneros”, les dijo. “Estos acantilados serán su hogar por siempre. Nunca podrán ir al río, y sufrirán de sed, y se arrastrarán por el polvo el resto de sus vidas”.

Joven Que Abraza Una Mazorca De Maíz volvió a Isleta, donde vivió hasta su vejez. En cuanto a las hermanas serpientes, fueron a vivir a los acantilados de la mesta donde se emplazaba su pueblo. Los habitantes de Pu-reh-tú-ai muy pronto se enteraron de la suerte que habían corrido las hermanas brujas, y supieron que aquellas dos serpientes con lágrimas en los ojos eran ellas. Ese fue el principio de la decadencia de Pu-reh-tú-ai, porque muy pronto todos comenzaron a temer de sus vecinos por miedo a que entre ellos vivieran otras brujas encubiertas. La falta de confianza y el malestar de la población crecieron rápidamente, ya que hasta el día de hoy nada puede destruir a un pueblo indio tan rápida y certeramente que la creencia que hay brujos malvados operando entre ellos. Al poco tiempo todos decidieron abandonar Pu-reh-tú-ai. La mayoría migró hacia el noroeste, aunque todavía no hay registro alguno de la historia de qué les ocurrió. El resto se asentó en Isleta, donde su descendencia mora aún hoy allí. Existen ancianos que sostienen que sus antecesores solían ver a dos serpientes cascabel asoleándose en los acantilados de la meseta de Shi-em-tú-ai, y que siempre lloraban cuando veían personas acercándose a ellas.

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