El Viento Norte y el Viento Sur

Tiempo atrás, el ta-pó-pe, el jefe de Acoma tenía una hermosa hija a la que muchos jóvenes se acercaban, en vano, a pedir su mano, ya que ninguno de ellos era merecedor de ella. Un día, escalando por la escalera de acceso al pueblo construido sobre la colina, apareció un extraño muchacho alto y apuesto. Sus vestidos brillaban con cristales relucientes, y su rostro, aunque bello, tenía aspecto severo. La dulce Kot-chin-á-ka, la hija del jefe, de rodillas, recogiendo agua con su tinaja, vio a este extraño muchacho y se sintió atraída mientras lo miraba acercarse con orgullo a la aldea. Él también se sintió atraído por aquella hermosa morena. Él no demoró en pedir su mano como es debido y acordaron casarse en poco tiempo.

Pero con la llegada de Shó-ki-ah, tal era el nombre del muchacho, terribles cambios comenzaron a ocurrir en Acoma. El agua de los arroyos se congeló y en los campos el maíz comenzó a secarse. Cada mañana Shó-ki-ah partía a su casa en el norte, y cada noche retornaba a Acoma, junto con un viento helado. El pueblo no podía cosechar lo que habían plantado, ya que el viento helado mataba todos sus cultivos, y no crecía nada con excepción de los pinchudos cactus. Para evitar morir de hambre, debían comer las hojas de los cactus, asándolas primero para quitarles las espinas. Un día cuando Kot-chin-á-ka estaba asando las hojas del cactus, apareció otro extraño muchacho con una sonrisa radiante en su rostro y se paró junto a ella.

“¿Qué es lo que haces?”, le preguntó el extraño.

Y ella le contó.

“Deja eso”, le dijo el muchacho, y le dio una mazorca de maíz verde. “Cómela, y te traeré más”.

Luego se marchó, pero al poco tiempo volvió con una carga inmensa de mazorcas, y las llevó a su casa.

“Ásalas al fuego”, le indicó. “Y cuando el pueblo venga a ti, dales dos mazorcas a cada uno, ya que de ahora en más habrá siempre suficiente maíz”.

Ella asó el maíz y se lo dio al pueblo, que lo tomó con gran ansiedad, ya que estaban muriendo de hambre. Pero muy pronto volvió Shó-ki-ah y repentinamente el día soleado y cálido se tornó frío y nublado. Cuando puso un pie en la escalera para entrar en la casa, comenzaron a caer copos de nieve alrededor de él. Pero Mí-o-chin, el joven que había llegado con el maíz, calentó la casa y la nieve se derritió.

“Ahora veremos quién es más poderoso”, dijo Shó-ki-ah. “El que venza, se quedará con Kot-chin-á-ka”.

Mí-o-chin aceptó el desafío, y se acordó que la competencia comenzaría en la mañana y duraría tres días. Mí-o-chin fue a pedirle un consejo a la vieja Mujer-Araña sobre la mejor manera de conquistar a su rival, y ella le aconsejó en lo que necesitaba.

Al día siguiente, todo el pueblo se congregó a ver la prueba de fuerza entre los dos brujos. Shó-ki-ah utilizó su medicina para hacer caer aguanieve y congelar todos los arroyos. Pero Mí-o-chin encendió un fuego y puso pequeñas piedras a calentar, y con ellas provocó el cálido Viento Sur, que derritió el hielo. Al segundo día, Shó-ki-ah utilizó encantos más poderosos, e hizo que una gruesa capa de nieve cubriera toda la tierra. Pero nuevamente Mí-o-chin trajo el Viento Sur y toda la nieve se derritió. El tercer día Shó-ki-ah utilizó su hechizo más poderoso e hizo que llovieran grandes carámbanos hasta que enterrara a todos debajo de ellos. Pero cuando Mí-o-chin encendió su fuego para calentar sus rocas, nuevamente el Viento Sur derritió el hielo y secó la tierra. Y Mí-o-chin resultó vencedor, y el derrotado Shó-ki-ah volvió a su helada casa en el Norte, dejando que Mí-o-chin viviera feliz junto a Kot-chin-á-ka, con quien se casó y vivió entre el alegre pueblo de Acoma.

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